SANTRANDE, SANTOANDRE, SAN ANDRÉS…
Diversas son las formas con que se ha denominado este emplazamiento a lo largo de los tiempos.
La solemnidad de su paisaje, su posición estratégica bien comunicada pero con diversas vías de escape a su retaguardia, su exposición saneada por el sol y al abrigo de los vientos húmedos que provienen del océano Atlántico («o aire da Feira Nova» como dicen por aquí), no han pasado desapercibidas para las diferentes gentes que han habitado este mágico lugar a lo largo de los siglos.
CON EL PASO DE LOS SIGLOS
Las ruinas se convierten en los muros de las casas de nuevos pobladores, transformándose así, en una aldea cuyos habitantes prosperan gracias a la explotación ganadera, agraria y forestal, que les permite su productivo entorno.
Llegado el siglo XX, Santo André sufre, como la práctica totalidad de la geografía rural gallega, el fenómeno de la emigración. Santo André, poco a poco, va perdiendo sus moradores, su lustre y en definitiva, su vida. Irremediablemente, en la segunda mitad del siglo XX, la aldea Santo André, termina quedando deshabitada por completo.
EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI
Un vecino de la contigua aldea de San Miguel de Congostro, con familiares entre los últimos habitantes de Santo André, empieza a perder el sueño y a tragar saliva e, irreversiblemente, su cerebro entra en ebullición. Tiene presente a lo que se enfrenta, pero advierte que tras los titubeos iniciales, su mente, ante cualquier traba, responde mediante un eco interminable que le insiste ¿por qué no?
2005
En el año 2005, tras una sostenida e inacabable reunión de propiedades, y sus correspondientes gestiones y trabas administrativas, Carlos Rodríguez Morgade emprende la reconstrucción de Santo André. Una obra descomunal para una sola persona que, además, debe compaginar con sus obligaciones laborales y sus deberes familiares. Ante la incomprensión de muchos y con escasos, pero agradecidos apoyos, Carlos se sumerge en 7 largos años de cavilaciones y de duro esfuerzo. Largos años con múltiples dificultades que consigue superar por el dopaje que le imprime la ilusión.
A partir de ahí, se sucedieron largas noches e intensos fines de semana en los que mientras su cuerpo picaba piedra, retiraba escombro o tallaba madera, su mente retroalimentaba su ilusión inyectándole nombres, gentes, proyectos e ideas. Las historias escuchadas a su abuelo y a otros familiares, así como los nombres de Odoario, Salamiro, Xoaçino, Alonso y Mamiliano, retumban en su interior y le empujan a recuperar sin descanso todo lo que durante siglos crearan sus antepasados y otras gentes que aquí habitaron.
2012
Aunque los trabajos en una aldea nunca terminan, la reconstrucción alcanza su fin en el año 2012. El primer paso que toma Carlos, es convertirla en una aldea de turismo rural de forma inicial, con la pretensión futura de que este uso se compagine con otras actividades de interés cultural o formativo.
Santo André sigue evolucionando y en el 2018 Carolina y Fernando anduvieron de vacaciones en La Aldea y se enamoraron del lugar; gracias a una conversación con Carlos sus vidas cambiaron, fue el fin y el inicio de una nueva vida, decidieron dejar todo en Madrid y empezar un nuevo camino en plena naturaleza. Ahora son ellos los que siguen con el legado regentando la Aldea mágica desde Enero de 2020